lunes, 19 de marzo de 2012

Más allá de Dún Laoghaire

La mañana de domingo amaneció calma y radiante después de la tempestad nocturna de St. Patrick`s Day. Habíamos planeado volver a Howth, para que lo conociera Jaime, o tal vez algo alternativo, improvisado. Como la mayoría de los planes nacidos un sábado por la noche entre cervezas y copas acaban siendo más un castillo en el aire que una realidad, cuando me tiré en la cama, derrotado, me consolé pensando que las próximas 10 horas las pasaría durmiendo, uno de los grandes placeres en este mundo mundano.

En mitad de un sueño vago, el teléfono sonó. Contesté, y Gabriel me comentó que en 20 minutos habían quedado para hacer «una caminata por el sur de Dublín». En 25 minutos me reuní con ellos, compramos agua y algo para desayunar y fuimos a la estación de Tara St. a coger el dart, destino Bray.

Playa de Bray y colinas Bray Head
Greystones al fondo, desde Bray Head
Bray es una ciudad costera de cerca 28.000 habitantes. Fue un pequeño pueblo de pescadores hasta que la burguesía urbana de Dublín empezó a establecerse fuera de la ciudad, durante el siglo xviii. Más tarde vivió otro momento de auge, convirtiéndose en un socorrido centro vacacional para británicos e irlandeses durante la penuria que dejó la resaca de la ii Guerra Mundial. Aunque actualmente ha perdido fuerza, con su playa de 1,6 km sigue siendo un lugar de ocio y fin de semana para los dublineses.

Nuestro paseo sería hasta Greystones, 8 km más al sur, donde tomaríamos el tren de vuelta a la capital. Caminamos por la playa para subir las colinas Bray Head, mirador natural a no más de 241 msnm. El sendero, tan serpenteante como la conversación que manteníamos un valenciano, un madrileño, un canario y un bilbaíno, nos fue conduciendo sin darnos cuenta al otro lado. Intercambiamos banalidades, puntos de vista, experiencias y también hicimos lo que hace todo hijo de vecino cuando vive fuera de su vecindario: hablar de su vecindario. Supongo que es tan fácil arreglar las sociedades y los países de cháchara despreocupada, como jugar a fútbol desde la tribuna del estadio.

Camino a Greystones. Foto: Jaime Mas
Una vez abajo, el camino llaneaba bien delimitado por los cercados de los prados de hierba alta y espesa despeinada por la brisa, formando olas color verde plateado. Desafiamos entonces el clima irlandés al quitarnos la chamarra un 18 de marzo que renegaba del invierno moribundo. El Sol fue protagonista todo el día, animando a la gente a llenar las terrazas de los establecimientos en Greystones y poniendo en guardia la melanina desentrenada de más de uno —entre los que me incluyo—, que acabó con la cara roja.

The Happy Pear, Greystones
Había una terraza especialmente llena, donde la mayoría disfrutaba ya de un capuccino y un pedazo de tarta con muy buena pinta, pero donde todavía servían comida a los rezagados. El sitio se llamaba The Happy Pear  y aparte de ser una tienda de alimentos orgánicos era un restaurante inusual, al parecer de buena fama. Tuvimos que luchar por una mesa de dos para cuatro y terminamos la comida —y la tarta de zanahoria— 100% orgánica justo antes de que el sol se ocultara tras los edificios y el frío volviera a dar guerra.

De vuelta me despedí de Jaime, que volvia al día siguiente a Varsovia, y me apeé en Dún Laoghaire, donde Stefania y algunos compañeros de Englishour estaban de barbacoa en la casa de otra compañera, que nos enseñó el juego de cartas irlandés Shithead, al que perdí y del que hablaré en otra ocasión.

Restaurante en Dún Laoghaire

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